Hace unos días celebré el aniversario de mi llegada al Grupo 24 Horas de Alcohólicos Anónimos. ¡Qué diferencia de hace unas cuantas 24 horas…! Cuando llegué, no tenía ninguna esperanza ni ilusión. Mi vida era una auténtica pesadilla, un infierno sin fin. Ya no podía más, ya no aguantaba tanto sufrimiento.

¿Qué había sucedido con mi vida? ¿En qué momento me había equivocado? Buscaba explicaciones. ¿Por qué un ser humano debía sufrir tanto? “Dios no puede existir”, pensaba. Pero frente a una botella de cerveza, pedía sin descanso: “Si existes, por favor, hazme un milagro”. Y repetía una y otra vez: “¡Ay, Jesusito mío, ayúdame! Sólo un milagro”. Ya no podía más… Un alma en pena sin vida.

Y el milagro se manifestó. Alguien en un bar fue conducto para que yo llegase al Grupo 24 Horas. Enlagunada, sin saber adónde me llevaban, de repente me vi en un taxi frente a una casa, una casa donde encontré gente a la que vi bien. Me llamó la atención su mirada, el brillo en los ojos, la tranquilidad que algunos me transmitieron, la naturalidad con que hablaban de algo que yo había escondido durante tantos años, mi alcoholismo.

No tenía ninguna esperanza de que lo que me ofrecieron fuese a funcionarme a mí. Pero pasó el tiempo, entre lágrimas, risas también, sueños angustiosos algunas noches, mi primera nube rosa… y casi sin darme cuenta me encontré sin beber.

¡Cuántas cosas he vivido desde entonces! “Inimaginables”, como me prometieron, ¡verdaderamente inimaginables! Felicitaciones para mis compañeros, que me dieron tanto amor, tanto cariño. ¡Qué sensación tan maravillosa sentirse querida!

 

Movimiento Internacional 24 Horas de Alcohólicos Anónimos