Cada vez que leía el quinto capítulo del libro Alcohólicos Anónimos, dos palabras saltaban de la página: “rigurosa honradez”. Podía entender lo que significaba el sincero hecho de que, para tener éxito en este programa, un individuo tiene que ser honrado consigo mismo. Pero, ¿por qué agregar eso de “rigurosa”? De hecho, aparecen tres referencias a la honradez en la primera página del quinto capítulo.

Según iba esforzándome por practicar el programa y trataba de hacer aquel cuarto paso, por fin me di cuenta de por qué se recalca con tanto énfasis lo de la honradez. Sin ello, no se puede hacer ningún paso ni trabajar en ningún aspecto del programa con éxito alguno.

Cualquiera que sea la posición o “categoría” del recluso en prisión, existe un “código de ética” implícito que constantemente influye en las decisiones diarias. Pocos días pasan en la prisión (o en el mundo libre) en los que un individuo no se vea enfrentado con la alternativa de ser honrado o no serlo.

Trabajo aquí como dibujante y arquitecto proyectista. Tengo a mi disposición todo tipo de materiales de dibujo. Quería tener algo que pudiera producir algunos beneficios con qué sostenerme, y decidí convertir en empresa lucrativa un pasatiempo artístico: el diseño de tarjetas de felicitación. ¿Quién podría estar en mejores condiciones para montar un negocio de este tipo? Podría comprar algunos materiales a precio reducido para elaborar mis tarjetas artísticas. Los demás materiales me los “facilitaría” el Estado mientras estuviera trabajando. ¿Por qué no? El Estado no iba a quebrar por cubrir mis gastos. Mi disculpa era que yo hacía un buen trabajo para ellos, jornada completa, cinco días a la semana. ¿Por qué no “tomar prestados” algunos materiales? Más o menos al mismo tiempo, me las arreglé para ser elegido secretario del grupo de A.A.

En ese punto se estropeó toda la maquinaria. Como “tipo importante” de uno de los grupos de A.A. más grandes, decidí empezar a leer algunos de los libros y folletos del programa. No quería pasar vergüenza por no poder responder inmediatamente a cualquier pregunta que me hicieran. La mayoría ya sabéis el desenlace de la historia: el programa me enganchó. Día y noche luchaba conmigo mismo. Los domingos me encontraba frente a 200 presos o más diciéndoles que A.A. era un programa honrado, y yo todavía no podía ser honrado conmigo mismo. No puedo decir exactamente cuándo me ocurrió, pero en cuanto vi el desacuerdo, tiré todos los artículos de contrabando que tenía en mi celda. A menudo hablamos de deshacernos de esa pesada carga que llevamos sobre nuestros hombros. Puedo asegurar que perdí mucho dinero en aquel momento de la verdad.

No sé si esto fue mi despertar espiritual, pero sé que mi vida sin duda ha mejorado. Como resultado de lo que fuera, estoy ahora más contento con los demás y conmigo mismo, y practico el programa más “rigurosamente” que nunca.

Alcohólicos Anónimos, A. A. en prisiones: de preso a preso