Cuando leemos la Oración de la Serenidad en nuestro grupo, y usamos las voces de nuestros compañeros, nos unimos con toda nuestra emoción a una poderosa oración hacia nuestro Poder Superior, tal y como cada quien lo concibe. Estos momentos de acercamiento nos brindan respuesta a la necesidad que los seres humanos tenemos de Dios, de la afirmación de nuestro propio espíritu.

Yo que padecí los disturbios emocionales a todo color, como dicen los compañeros, cuando pude salir de esa etapa de mi recuperación, comencé a sentir por primera vez el sentimiento de gratitud y a aceptar el plan de las 24 horas para vivir.

Siempre me he planteado la pregunta que surge de esta práctica: “Si supiera que la muerte puede llegar mañana, ¿realmente desearía malgastar la vida lleno de resentimiento y amargura?”

Si únicamente te quedasen 24 horas de vida, ¿cómo las vivirías? ¿Lleno de amargura y conmiseración? ¿O intentado vivirlas de la forma más plena posible?

De ahí que para un desahuciado, para alguien a quien le ha sido condonada la pena de muerte cada día, por cada 24 horas, es para disfrutar de la vida, de las personas a las que más se ama, para estar agradecido con nuestros compañeros, con nuestro grupo y con Dios.

Pero fundamentalmente para amarse un poco a sí mismo, porque no se puede pedir a nadie que te estime si no eres capaz de estimarte. Para mí en esto consiste la verdadera gratitud, en el entusiasmo por vivir que sienten mis compañeros, en su alegría de cada 24 horas, en su capacidad de aceptación y en que alejados de todo tipo de mojigatería puedan afirmar: “¡Señor, por fin te he encontrado!”

 

Virgilio A., Semblanza del Grupo 24 Horas Condesa