Cuando llegué a Alcohólicos Anónimos, era atea por autonombramiento, agnóstica de tiempo parcial y antagonista de tiempo completo, contra todos y contra todas las cosas en general, y contra Dios en particular (en parte debido, supongo, a mis intentos de aferrarme al concepto de Dios de mi niñez). Nunca hubo una mujer más descarriada, confusa e impotente como yo. Parecía que había perdido la fe, primero en mí misma, luego en la demás gente y finalmente en Dios. Sólo había algo bueno en mi rechazo a creer que yo tenía un Creador: liberaba a Dios ciertamente de una responsabilidad embarazosa.

Aunque ya había tenido una experiencia espiritual la noche que llamé a Alcohólicos Anónimos, sin embargo no me di cuenta hasta después. Me trajeron un mensaje verdadero de esperanza, y me hablaron acerca de A.A. Mi padrino se rio cuando negué que hubiera rezado pidiendo ayuda. Le dije que la única vez que había mencionado a Dios fue cuando, en mi desesperación al ser incapaz de emborracharme o de dejar de beber, había gritado: “¡Dios! ¿Qué voy a hacer?”

El me replicó: “Creo que esa oración fue muy buena como primera vez para una atea. Además, tuvo una respuesta”. Y así fue.

 

Alcohólicos Anónimos, Llegamos a creer… (Cap. 3: “Oración”)