Cuando cada uno de nosotros se acercó a Alcohólicos Anónimos en busca de ayuda, se nos ofreció una “vida útil y feliz”. Requisito imprescindible en el intento de enfrentar esa nueva vida es “cambiar de forma de ser, pensar y actuar”. Pero ese cambio nunca es fácil. El pasado, las actitudes y moldes de conducta, los defectos de carácter manifiestos de forma similar en circunstancias similares, la repetición continuada de errores, el autoengaño de una mente “cruel e insidiosa”, las obsesiones “sutilmente intensas”, todo juega en nuestra contra. Los únicos aliados en esta pretensión de cambio son el sufrimiento… y un Poder Superior, tal y como cada quien lo conciba.

Es el sufrimiento, piedra angular de la recuperación personal, el único capaz de obligarnos, como en su momento hizo el alcohol, a hincar la rodilla en tierra y desear de todo corazón dejar de sufrir, como sea, realmente en la forma que sea. “Ya no quiero queso, sino salir de la ratonera.” En esas circunstancias sobreviene la derrota personal, la necesidad imperiosa de emprender el camino que se nos muestra”. Y comprendemos que únicamente podemos recurrir a Dios, manifiesto en la conciencia de cada grupo.

La fe en ese Poder Superior, la conciencia de que cada uno de nosotros forma parte de un vasto experimento espiritual, independiente de las propias capacidades personales, no es un acto de voluntad, sino una auténtica necesidad. En última instancia, es un don, una bendición. Porque no es mérito nuestro, sino la respuesta a un anhelo del corazón, a la necesidad de dejar de sufrir. A merced de las propias limitaciones, si no fuera por la ayuda de nuestro Poder Superior y la confianza de sabernos en sus manos, ¿qué sería de nosotros?

Movimiento Internacional 24 Horas de Alcohólicos Anónimos