En realidad, yo llegué a Alcohólicos Anónimos no tanto porque quisiera dejar de beber, sino para encontrar un lugar donde descansar entre borracheras. Me habían echado del último lugar al cual podía llamar “casa”, y lo que me esperaba era un largo declive en la calle. Una de las mayores sorpresas para mí, enfermo alcohólico, fue descubrir que la gente con harapos que pide limosna para comprar un cartón de vino habían sido personas con familia, trabajo, pareja, hijos, etc., que acabaron perdiéndolo todo, al igual que yo.

Había abandonado mi país años atrás en busca de una nueva vida (y para escapar de la antigua, en la que abundaban tanto el alcohol, mucho, como los problemas, muchos también), y la realidad es que la encontré. Profesor, traductor, colaborador con el Ministerio de Educación y Ciencia en la formación de profesores de inglés… pero al final de cada día, camino de casa, tomaba la primera copa, y las siguientes, hasta emborracharme. No podía explicármelo, tenía todo: trabajo, dinero, pareja, coche, no me faltaba nada, pero aun así cada mañana me despertaba con los mismos remordimientos, la misma angustia y el mismo dolor de cabeza.

Un día esta buena vida comenzó a desmoronarse, mi pareja me abandonó, bebía a todas horas, no me importaba nada en lo absoluto, las depresiones eran cada vez más profundas, como si buscara matarme, pero sin el valor de arrojarme contra un autobús. Y sobre todo, soledad, muchísima soledad.

Acabé en un pequeño pueblo a 600 km de distancia, y ahí me dediqué a beber furtivamente, deseando morir, robando pequeñas cantidades de dinero para conseguir una botella de vino barato que aliviara el tremendo dolor de ver en qué se había convertido mi vida. La mujer que se había apiadado de mí no pudo más y me echó. Ya era igual que un mendigo. Había perdido todo contacto con la familia, sin amigos. No podía trabajar aunque quisiera, me temblaban demasiado las manos. El terror se había apoderado de mí, un pánico a algo que no podía nombrar pero que siempre me acompañaba.

Así llegué a Alcohólicos Anónimos, lleno de miedo, de desconfianza, y solo, muy solo.

Desde ese día nunca he vuelto a sentirme solo, y estoy aprendiendo a vivir. Tengo trabajo, una pareja maravillosa y, sobre todo, esperanza. Descubrí que mi problema con el alcohol era lógico cuando padeces una enfermedad como la mía que transforma el alcohol en tu peor enemigo. Simplemente, no puedes beber por las consecuencias que conlleva. También me hicieron ver que no era culpable. Es imposible describir el alivio que me produjo este descubrimiento. El día de hoy ya no me avergüenza lo que soy, un alcohólico en recuperación. Incluso por momentos siento orgullo por el gran regalo que he recibido: una nueva vida o, como me decían cuando me acerqué a A. A., “una vida útil y feliz”.

Movimiento Internacional 24 Horas de Alcohólicos Anónimos