En estos primeros pasos de repente sentimos que algo del proceso fatal de nuestra actividad se ha detenido, que una nueva dimensión dentro del mundo ha sido descubierta por nosotros, y de repente los contornos abismales de nuestra tragedia van cambiando su perfil y toda la negación se va diluyendo en un mar de positividad.

Un manto protector comienza definitivamente a arroparnos. Los compañeros afirman una y otra vez esta experiencia de un cambio drástico. Nada hay más difícil que la práctica de nuestro programa, todo va en contra de nuestros deseos naturales. Sin embargo, para el recién ingresado todo es fácil, todo es euforia y contentamiento. Se han descubierto las primeras muestras de una gran veta, que falta mucho por explorar, y así el impaciente se vuelve paciente, el negativo positivo, el iracundo comprensivo, con una singular facilidad.

Todo es trascendido en ese paréntesis rosa de nuestra recuperación, algo muy parecido a la verdadera tranquilidad. Es la muestra y la promesa, el camino está empezando. Los propios padrinos comienzan a desconcertarse, algunos nuevos aun se desesperan con un ahijado que da muestras de poseer mayor sobriedad, mayor fortaleza, mayor profundidad, mayor convicción, que la del propio guía.

Cuando alguien insinúa: “El nuevo está viviendo la nube rosa”, éste responde que es falso, se siente agredido, aun cuando le complace saber que es envidiado por otros más veteranos en el grupo y que tal vez no han obtenido aquel estado que él está viviendo tan intensamente.

Es impredecible el tiempo que dura este maravilloso estado (inconsciencia bendecida), augurio promisorio de ese nuevo mundo que está por descubrirse. Ajeno e inmune a todo intento de bajarle de su nube rosa, el nuevo flota sin aquilatar en realidad, las veinticuatro horas van pasando y la primera copa no ha hecho su aparición. La luna de miel puede durar días, meses y tal vez años. Esta se verá seguida por otras lunas de miel, de otros estados muy similares, aunque nunca iguales a este primero.

La bondad de Dios, tal como cada quien lo conciba, ha enseñado al iniciado que le ha tomado la palabra, que se comienza a sellar la amistad, que después de esto cualquier vicisitud no será más que nubes de tormenta pasajera, que el poderoso brazo del Señor está en nosotros.

 

Virgilio A., Boletín del Movimiento 24 Horas, núm. 1 (febrero de 1984)