Algo andaba mal en nosotros, pero no sabíamos qué. En muchas ocasiones quisimos cambiar nuestra manera de ser, envidiamos y despreciamos a aquellos que podían vivir en sociedad y manifestar su adaptación a este mundo, en cuyo seno siempre nos sentimos como “espías en territorio enemigo”. Quisimos e incluso intentamos ser personas rectas, y en algunas ocasiones hasta virtuosas, pero el temor continuo a ser víctimas, el miedo al sufrimiento, nuestra incapacidad para enfrentarnos a algo o a alguien, nuestro egoísmo, en fin, nos impidió “pertenecer”.

Nada más desalentador que la comprobación de nuestra incapacidad para convivir, accidental o totalmente, con otros seres humanos. ¿Cómo, pues, íbamos a quedarnos en un grupo de A.A.? Sólo la desesperanza, esa convicción total, aun cuando momentánea, de no tener salida, pudo producir en nosotros el débil intento de quedarnos en un Grupo 24 Horas de Alcohólicos Anónimos.

Virgilio A., Boletín del Movimiento 24 Horas, núm. 5 (junio de 1984)