Quién de nosotros, integrantes del Movimiento Internacional 24 Horas de Alcohólicos Anónimos, no ha tenido la oportunidad de presenciar cómo llegan los compañeros de nuevo ingreso a nuestros grupos: los unos, con una resaca maquillada que mal disimula los estragos de las últimas borracheras, con todos los temores a cuestas, llenos de incertidumbre, de desconfianza, de titubeos, y de una gran inseguridad.

Sabemos que “algo” doloroso motivó su incipiente decisión de llegar a un Grupo 24 Horas para pedir ayuda. Dentro de esa nebulosa alcohólica que empaña nuestros niveles de conciencia surge un flashazo que, de alguna manera, hace luz en nuestro sufrimiento y marca el instante preciso en el que llegamos a un grupo de A.A.: en ocasiones la amenaza de divorcio o separación; los sentimientos de culpa, incrementados a tal grado en nuestras últimas borracheras que llegan a ser insoportables; la conmiseración, esa profunda lástima por nosotros que nos lleva a un estado de total infelicidad y nulifica todos los motivos que nos hacen querer la vida; ese vacío permanente que hemos sentido dentro, sin poder llenarlo jamás, esa sensación brutal de soledad, aun rodeados de gente, ese sabor amargo que produce la frustración de toda una vida. De repente, algo nos hace tomar conciencia de que necesitamos ayuda.

Virgilio A., Boletín del Movimiento 24 Horas, núm. 5 (junio de 1984)