(Cofundador de Alcohólicos Anónimos. El nacimiento de A.A. data del primer día de su sobriedad permanente: el 10 de junio de 1935.)

Nací en un pueblo de unas siete mil almas. La norma general de moral era, según recuerdo, muy superior a la prevaleciente en aquel tiempo. No se vendía cerveza ni bebida en la vecindad; solamente en la agencia del Estado había la posibilidad de conseguir una poca si se podía convencer al agente de que la necesitabas realmente. Sin una prueba a ese efecto, el comprador esperanzado se veía obligado a marcharse con las manos vacías, sin nada de aquello que llegué a creer más tarde era la panacea para todos los males. Aquellos que recibían sus pedidos de bebida por correo eran vistos con mucha desconfianza y desaprobación por la mayoría de los vecinos […]

Desde mi niñez hasta que empecé la escuela secundaria, se me obligó más o menos a ir a la iglesia, a la doctrina y servicios dominicales, a los servicios de los lunes y algunas veces a las oraciones de los miércoles. Por eso decidí que, cuando estuviera libre del dominio de mis padres, nunca volvería a pisar la puerta de una iglesia. Cumplí con constancia esta resolución durante cuarenta años, excepto cuando las circunstancias parecían indicar que sería imprudente no presentarme.

Después de la escuela secundaria estudié dos años en una de las mejores universidades del país, en la que beber parecía la principal actividad al margen del plan de estudios. Parecía que casi todos participaban en ella. Yo lo hice más y más, y me divertía mucho sin sufrir ni física ni económicamente. A la mañana siguiente parecía recuperarme mejor que la mayoría de mis amigos, que tenían la mala suerte (o tal vez la buena) de levantarse con fuertes náuseas. Nunca en la vida he tenido un dolor de cabeza, hecho que me hace creer que fui un alcohólico casi desde el principio. Toda mi vida parecía concentrada alrededor de hacer lo que quería hacer, sin tener en cuenta los derechos, deseos o prerrogativas de nadie más; un estado de ánimo que llegó a ser más y más predominante con el transcurso de los años. Me gradué con los máximos honores ante la fraternidad de los bebedores, pero no ante el decano de la universidad.

Los siguientes tres años los pasé como empleado de una importante compañía manufacturera. Durante esos años bebí todo lo que mi bolsillo me permitía, todavía sin pagar mucho por las consecuencias, a pesar de que a veces empezaba a estar tembloroso por las mañanas. Durante estos tres años sólo perdí medio día de trabajo.

A.A., Alcohólicos Anónimos