Caso muy aparte es cuando no deseamos hacer conciencia de nuestra dependencia, llegando a la simulación, juego de espejos para engañarnos y engañar, ocultar lo obvio, mirar con los ojos de nuestra dependencia, pensar con la mente de nuestra dependencia, sentir con los sentidos de nuestra dependencia, pero ocultándolo todo al tratar de hacer luz en esta parte oscura de nuestra conciencia, hacernos sombra con nuestro propio cuerpo para que permanezca en la penumbra esta deformación.

En esta situación recordemos que el que permanece inconsciente a su problema no sufre, y que nadie puede crecer a estirones, ni aun en el potro de castigo. No es este supuesto para que tratemos de ver en nuestro semejante más próximo la concreción de este caso. Ante esta tendencia siempre es importante voltearse el dedo. Cuando el autoengaño es volitivo, el disfraz caerá solo, la fuerza de la recuperación grupal te deja desnudo frente a los demás, aunque escondas la cabeza o tengas la sensación de estar en el burladero: el trasero estará hacia el toro. Este plástico ejemplo da idea de la actitud del ocultador.

Siempre debe tenerse en cuenta que las cosas por algo son y nadie tiene derecho de arrear el paso de la recuperación de ningún compañero. La inflexibilidad es siempre para nosotros; para los demás, comprensión y buena voluntad. El verdadero crecimiento es admitir humildemente nuestra falibilidad. Así podremos contar con la oportunidad de seguir creciendo. Nuestra más grande virtud exhibida oculta nuestros más grandes defectos.

Como seres humanos somos perfectibles, como alcohólicos anónimos buscamos una evolución constante, un crecimiento sostenido que solamente Dios, como cada quien lo conciba, puede darnos.

Virgilio A., Boletín del Movimiento 24 Horas, núm. 2 (marzo de 1984)