Alfonso (se unió a A. A. A los 21 años)

 “Yo sabía para qué iba a la universidad: para pasarlo bien.”

 

Comencé a tener problemas con la bebida desde el principio. A los 14 años de edad, experimenté mi primera laguna mental. Durante los siete años siguientes, mi forma de beber y mis dificultades empeoraban progresivamente. […] En la universidad las lagunas mentales eran más frecuentes. No les hacía caso, excepto para considerarlas como indicación de haberme divertido mucho la noche anterior. […]

Mi tercer año fue con mucho el peor. No estuve sobrio ni un solo día de esa semana. Ya se había iniciado la progresión. En diciembre me llamaron de nuevo al despacho del encargado de la disciplina y me enviaron a la clínica de salud mental para que viera a un psiquiatra y me sometiera a unas cuantas pruebas. El médico me dijo que tendría que abandonar la universidad y hacer algo con respecto a mi problema con la bebida. Me quedé estupefacto. ¿Qué problema con la bebida? Le dije que dejaría de beber si me permitieran quedarme; pero él trató de convencerme de que yo había perdido el control. Se me quitaron las ilusiones. De pronto, la fiesta había llegado a su repentino fin. Esa tarde me fui de la universidad.

El día después de Navidad, me ingresaron en una clínica psiquiátrica. El mejor adjetivo para escribir mi estado sería “confuso,” respecto a lo que había pasado y lo que iba a pasar. Cuando alguien trataba de hablar conmigo, mi única respuesta era llorar. Con el paso del tiempo, llegué a poder hablarle al médico con bastante franqueza acerca de mi forma de beber. Por fin llegó el día en que pude admitir la posibilidad de ser alcohólico.

Después de seis meses me dieron el alta. Hacía años, mi padre había asistido a su primera reunión de Alcohólicos Anónimos, y mi madre era miembro de Al-Anon (para parientes y amigos de los alcohólicos). Yo había asistido a muchas reuniones con mis padres. No obstante, cuando salí del hospital, no hice el menor esfuerzo para ponerme en contacto con A.A. Me mantuve sobrio durante dos meses y luego me tomé la primera copa, tratando de encontrar las “diversiones” que me estaba perdiendo.

Seguí bebiendo dos meses y las cosas iban cada vez peor. Por fin llegó el día en que me convencí de que el alcohol me tenía derrotado, y que necesitaba ayuda. Esa noche asistí a mi primera reunión, tratando de encontrar una solución a mi problema. Eso sucedió hace más de dos años. No me he tomado una copa desde entonces, un día a la vez. La comprensión que la gente de Alcohólicos Anónimos me mostró fue lo primero que me impresionó. No se sorprendieron por mi historia de bebedor. Simplemente hicieron un gesto para indicar que sabían de lo que yo estaba hablando.

Capté inmediatamente la importancia de dos cosas: asistir asiduamente a las reuniones, y quedarme con los ganadores. […] Al principio me molestaba ser joven. Pero los hombres que se unieron al programa cuando ya eran mayores y se quedaron, me daban aliciente para hacer lo mismo. Me di cuenta de que un hombre de 60 años o más se enfrentaba al mismo problema que yo, pero al otro extremo del espectro.

 

Alcohólicos Anónimos, Los jóvenes y A.A.