J. M. (se unió a A. A. A los 60 años)

“Me sentía como si tuviera una piedra en el estómago.”

No podía dormir por la noche ni llegar a tiempo al trabajo por la mañana. Los somníferos nunca me han ayudado a conciliar el sueño, pero la bebida sí. Y la bebida no te hace daño. […] Después de unos diez años, estaba bebiendo medio litro de ginebra cada noche. Mi doctor me dijo que era muy peligroso beber tanto. Fui a otro médico. Y éste, al saber que estaba bebiendo medio litro de ginebra cada día, me dijo: “Tienes que dejar de beber”, etc.

Cuando empezaba a fallarme la salud, sentía como si tuviera una piedra fría en el estómago, y tenía la sospecha de que se debía a beber demasiaso. ¡Una sospecha! Los médicos me lo habían dicho. Experimenté algunas espantosas depresiones. Empecé a esperar que la bebida me mataría. La vida era un horrible accidente; cuanto más pronto terminara mejor. […]

Por fin tuve que jubilarme. Tenía 59 años. Por supuesto, empecé a preocuparme entonces de cómo iba a mantenerme y en especial de cómo iba a comprarme alcohol con los ingresos de mi pensión, pero pensaba lo agradable que era estar tirada en la cama por la mañana y no tener que irme arrastrando al trabajo.

Mi jefa me mandó una nota diciendo: “Tengo entendido que hay un local de Alcohólicos Anónimos muy cerca de donde vives. ¿Por qué no asistes a una reunión? A lo mejor te hace gracia”. […] Empecé a considerar la posibilidad de que lo necesitaba. Me decidí a asistir a una reunión. Antes de hacerlo, agarré tres borracheras, seguidas de tres horribles resacas. Creía que debía estar preparada para A.A.

Así que fui a la reunión. Y me encantó. Dos mujeres allí me hablaban acerca del alcoholismo, diciéndome que es una enfermedad progresiva y mortal. Me decían que eres tú la única persona que puede decidir si eres alcohólico, y, si lo eres, y sigues bebiendo, acabarás sin duda en una institución o en una tumba prematura. O puede que hagas en una laguna mental algo que te valga una condena a prisión. Lo que más me impresionaba era su verdadera preocupación por mí como individuo. No me conocían en absoluto; se preocupaban por mí como persona en peligro, al igual que tú podrías preocuparte por una persona que ves corriendo a toda carrera hacia un precipicio. El interés, la seriedad. Así que asistía a reuniones cada día y seguía bebiendo. Lo que más me gustaba era ser un problema para todos. ¿Por qué no dejé de beber? Durante 20 meses asistía a las reuniones y seguía bebiendo. Finalmente, un día tomé mi última copa, y no he vuelto a beber otra desde entonces. Y he sentido mucho cariño para con A.A.

Lo más importante para mí fue que A.A., como hace de costumbre, me lanzó de repente en medio de un grupo de gente que estaba intentando ser sincera respecto a sí misma.

Alcohólicos Anónimos, Tiempo para empezar a vivir