“Puedo hacerlo sola. Soy más inteligente”

Mi nueva amiga de A.A. está durmiendo en mi casa. Cuando la trajeron aquí, estaba borracha e inconsciente. Me la trajeron porque soy doctora y alcohólica. No recuerdo precisamente cuándo me volví alcohólica. […] Yo siempre podía encontrar una razón para beber. Sabía que tenía un problema con el alcohol. Leí libros médicos que trataban del asunto, y sabía cómo podía afectar mi cerebro. Quería dejar de beber, pero no sabía cómo. […] Bebía y seguía bebiendo —a solas, porque mis amigos me habían abandonado—. Ya no era la doctora más inteligente, la mujer más hermosa. Estaba sola con mis temores. Tenía que beber.

Mi desesperación se iba intensificando. Por fin un paciente informó que me había encontrado borracha. Como consecuencia, tuve que consultar con un profesor que investigaba asuntos de este tipo, y un milagro ocurrió: El sabía cómo era el infierno en el que yo vivía, y me dio un libro acerca del alcoholismo. Aunque seguí bebiendo mientras lo leía, percibí una luz de esperanza. Pasados algunos días, le dije que me gustaría conocer a los miembros de Alcohólicos Anónimos mencionados en el libro. […]

Unas dos semanas más tarde logré dirigirme a una reunión, no sin tomarme antes una copa. Abrí la puerta y vi a seis hombres. Escuché atentamente lo que decían: “Puedes hacer lo que quieras con la botella: bebértela o tirarla. Es tu vida.” Por primera vez, no se me prohibió que bebiera.

Durante meses fui feliz, pero no me aplicaba mucho el programa. Un día sufrí un trastorno emocional y tomé dos tranquilizantes, el siguiente día, cuatro, y después muchos más. No asistía asiduamente a las reuniones. “Soy médico,” me decía. “Sé lo suficiente sobre Alcohólicos Anónimos. Puedo hacerlo sola. Tengo demasiado trabajo que hacer. Soy más inteligente que los demás. Soy una alcohólica especial.” Todos los temores y mentiras que acompañaban a la bebida volvieron con los tranquilizantes.

Un día volvió a aparecer la botella. Mi botella. ¡Fue tan fácil comenzar! A pesar de todo lo que me dijeron en A.A. acerca del primer trago, durante algunos días no me pasó nada. “Bueno”, me dije, “no soy alcohólica. Fue un error. No tengo por qué asociarme con la gente de A.A. Yo puedo arreglármelas…” Bebía y tomaba píldoras.

Entonces, toqué fondo. Después de haber intentado suicidarme, desperté en mi casa, y me encontré con vida. Supe que era una alcohólica, y llamé por teléfono a mis amigos de Alcohólicos Anónimos.

Mientras escribía mi historia, mi nueva amiga de A.A. se ha despertado. Está viva y hace 24 horas que no ha tomado una copa. Alcohólicos Anónimos funciona.

 

Alcohólicos Anónimos, A.A. para la mujer