Soy el radiooperador de un buque petrolero, y la revelación final de mi situación y su alivio llegó mientras estaba sentado solo en mi cuarto de descanso con mi botella favorita. Pedí la ayuda de Dios en voz alta, aunque sólo mis oídos podían escucharme. Súbitamente sentí una presencia en la habitación, trayéndome un calor interno muy particular, una distinta, más suave, tonalidad de luz y una inmensa sensación de liberación. Aunque estaba lo suficientemente lúcido, me dije: “Estás borracho otra vez”, y me fui a acostar.

Por la mañana, sin embargo, a plena luz del día, la presencia continuaba ahí. No tenía malestar tampoco. Me di cuenta de que había pedido y había recibido. Desde ese día, no he vuelto a beber. En cualquier momento que siento la obsesión, pienso en lo que me sucedió, y eso me mantiene bien.

Alcohólicos Anónimos, Llegamos a creer… (Cap. 2: “Experiencias espirituales”)