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Creo que Dios me encontró, más que que yo lo haya encontrado. Fue algo similar a observar a un niño caminando; se cae una y otra vez, pero es mejor no intentar ayudarlo hasta que llegue a darse cuenta de que no puede hacerlo solo… y extienda la mano. Yo estaba en una situación en la que no tenía adónde dirigirme: era un punto de casi total desesperación. Entonces, y sólo entonces, actué honestamente, y con sencillez pedí a Dios que me ayudara. Vino a mí al instante, y pude sentir su presencia, tal como lo hago en ese momento.

Alcohólicos Anónimos, Llegamos a creer… (Cap. 3: “Oración”)