Una razón para vivir

 No quiero entrar en detalles respecto a por qué estoy cumpliendo una condena de cuatro años; pero me gustaría contarles algunas de las experiencias que me han ocurrido desde que dejé de beber por medio de la comunidad de Alcohólicos Anónimos.

Cuando me desperté en la cárcel, me di inmediata cuenta de que tenía un problema con la bebida. Supongo que se podría decir que había tocado mi fondo. Me uní a A.A. mientras estaba esperando a comparecer ante la justicia, y además tenía la oportunidad de ingresar en un centro de tratamiento para el alcoholismo. Mientras estaba todavía fuera asistiendo a las reuniones de A.A. me las arreglaba, por alguna razón, para mantenerme sin beber. Ahora, mirando hacia atrás, me doy cuenta de que no se debía a mis propios esfuerzos, sino a la intervención de algún tipo de poder superior. Había probado otros medios para mantenerme sobrio antes, pero todos resultaron inútiles.

Ahora que estoy en Alcohólicos Anónimos empiezo a ver las cosas de una forma distinta a la de mis días de bebedor. Tengo una razón para vivir. La vida carcelaria no es la más fácil de vivir, pero creo que cada uno de nosotros tiene un propósito y que mi Poder Superior hacía que yo llegara donde estoy. Sé que, dondequiera que esté, siempre habrá A.A., y con esto puedo sobrevivir en cualquier lugar.

Cuando llegué aquí, empecé sin demora a participar en el programa. Por extraño que parezca, al cruzar el umbral de la sala de reunión aquí por primera vez, me sentí como si hubiera regresado a mi casa. Seguí asistiendo a las reuniones. He oído decir a la gente que los grupos de A.A. en prisión son los más fuertes que hay en el mundo. No estoy sugiriendo que los alcohólicos anónimos debieran esforzarse para ser encarcelados. Pero si asistieran a algunas reuniones allí dentro y pudieran ver la camaradería que los presos tienen que ofrecer, estoy seguro de que estarían de acuerdo.

Tengo la oportunidad de escribir cartas a muchos miembros de fuera de la institución. Me considero afortunado por poder dedicar la mayor parte de mi tiempo a ayudar a otros a resolver el problema que tenemos en común. De vez en cuando, me pregunto si esta enfermedad no es una bendición, en lugar de un problema. Todavía paso por mis días malos, pero ahora sé qué hay que hacer al respecto. Celebrar mi primer aniversario fue la experiencia más gratificante que haya tenido desde que me hice miembro.

El año pasado iniciamos una séptima tradición (automantenimiento de grupo) para los miembros dentro de la prisión. Quisiera decirles gracias a toda la gente maravillosa que me extendió la mano cuando más lo necesitaba y me ofreció un café. Sé que sin ellos estaría perdido y no tendría nada.

R. D., A. A. en prisiones: de preso a preso