Preso A.A.

El programa de Alcohólicos Anónimos no reconoce los muros. Está libre de las condiciones que arruinan las relaciones personales, la diferencia de nivel social, de intelecto, de experiencia. De todo eso, A.A. no hace caso. Tiene una ley primordial: ayudar a tu prójimo y no por instrucción sino por el ejemplo que le das. Es una organización curiosa, por el hecho de querer tener como miembros sólo a los fracasados. No hace publicidad de sus virtudes, ni busca candidatos. El que necesite ayuda, tiene que quererla antes de que A.A. pueda serle de cualquier ayuda. Cuando se pide, este grupo de gente anónima, que ha luchado contra las tentaciones del alcohol para lograr la respetabilidad y adquirir la compasión para con los demás que luchan la misma batalla, está listo para ayudarles. Indican el camino que han seguido para el restablecimiento del carácter y dicen al principiante que le toca a él decidir si quiere seguirlo también. Si así lo quiere, será necesario tener sinceridad personal, dedicarse a ayudar a otros sin pesar las posibles ventajas egoístas, y creer en un poder superior a él mismo. Le dicen que hay otros al lado suyo, dispuestos a ayudarle; pero ellos no pueden hacer que él dé el primer paso, es él quien tiene que darlo.

A.A. se necesita especialmente en la prisión, porque los presos son demasiado propensos a encerrarse en sí mismos y fabricar un agrio extracto de odio y disgusto para con toda la humanidad. No le es necesario al recluso tratar de ser responsable; no tiene que tratar de reconstruirse. La prisión es su madre; le alimenta, le viste, le protege. Puede convertirse en niño y dejar que la decadencia moral y espiritual destruya lo que puede haber de bueno dentro de él. Y cuando sea puesto en libertad, no tendrá nada adentro sino la corrupción. Y se enojará y estallará, y lo peor de su enfermedad le hará volver a la prisión donde se desmoronará y morirá.

O puede optar por A.A. Puede hacer un esfuerzo para recuperarse por medio de una organización que le encarga de la responsabilidad de su propio éxito. Puede fracasar y, no obstante, ser bienvenido; puede llegar con prejuicios, y con ventaja personal como motivo para asistir, y no ser rechazado. Sin embargo, llegará a darse cuenta de que, mientras abrigue tal actitud, seguirá fracasando. Tal vez acepte los principios de humilde abnegación que son la clave del triunfo. O tal vez vuelva malhumorado a su celda tan ciego y tan condenado a la criminalidad como antes. Pero si viene, descubrirá un nuevo mundo que se abre ante sus ojos. Descubrirá que no se le ha olvidado por estar entre rejas, sino que hay gente fuera que desea ayudarle, si él da el primer paso adelante. A.A. es el puente que conduce a esta ayuda de fuera, más fuerte que la ayuda de una sola persona.

Un preso, por medio de A.A., se dará cuenta de que una vida digna de vivir dentro de la prisión significa una vida venturosa fuera, y que nunca tendrá que temer volver a la prisión. Por un camino se encuentra el fracaso seguro, por el otro una nueva oportunidad de sacar algo de valor de los años desperdiciados. Nadie que no sea tonto rehusaría probarlo.

H. T. B., A. A. en prisiones: de preso a preso.