Estar encarcelado estos 18 meses me ha dado la sobria oportunidad de ver, examinar y enfrentarme con alguno de mis defectos de carácter. Soy alcohólico. Con la ayuda del programa de A.A. y una renovada fe en mi Poder Superior, he experimentado algunos asombrosos resultados y cambios en mi vida. Esto requería que yo diera algunos pasos. Antes, el temor me había impedido que lo hiciera. Durante la mayor parte de los últimos 28 años, bebía en exceso casi todos los días. Parecía ser una manera natural de vivir.

Ser tímido, a causa del miedo, ha sido uno de mis peores defectos de carácter. Tenía el deseo de escribir cartas a un miembro de A.A., con quien pudiera comunicarme de una forma eficaz, pero también tenía sentimientos de vergüenza. En mi primera reunión de A.A. en prisión, pedí que me ayudaran a encontrar a alguien con quien intercambiar cartas. Esto tuvo como resultado un nuevo método de comunicación para mí, no sólo dentro de A.A. sino en lo que se refería a otras áreas también. Las cartas constituyen otra reunión de A.A., y las reuniones en prisión son de una frecuencia y número reducidos. La ayuda que he recibido en forma de sugerencias basadas en la experiencia de A.A., del ánimo y la gratitud y de la sencilla y sincera camaradería, ha tenido un efecto dramático en mi vida. Escribir es una forma muy eficaz de expresar mis pensamientos, ideas y las frustraciones que se originan en el ambiente negativo en el cual vive la mayoría de los presos. Todavía me queda una porción de antiguo temor, pero voy trabajando para eliminarla.

Entre mis otros muchos defectos de carácter, en segundo lugar estaba probablemente mi negativa a pedir ayuda (en primer lugar estaba el miedo). El ego engreído, junto con el temor, me deparaba una buena –y falsa– razón, o sea, un pretexto para emborracharme muchas veces. Poco después de llegar a la prisión, llegué a darme cuenta de que había algunas cosas que tendría que pedir, sin beber, para hacer razonablemente cómoda la vida aquí. El ego inflado me había hecho querer ser independiente en todo. El desinflamiento del ego resultó ser un arduo trabajo.

Después de unos cuantos meses en prisión, todavía tenía a menudo una actitud bastante mala en cuanto a la gente, las cosas, los lugares y las ideas. Esto lo ocultaba lo mejor que podía. El programa de A.A. iba influyendo en muchos aspectos de mí vida. ¡Qué revelación!

No es nada fácil vivir la vida carcelaria. Lo fácil sería enfocarse en los aspectos negativos de un ambiente muy negativo. Hoy tengo una alternativa o, mejor dicho, multitud de alternativas. Ya no llevo una vida de temor, lástima de mí mismo, desesperación, soledad y odio. El día de hoy puede ser malo o hermoso; me toca a mí decidir. Ir a clases o al trabajo, estudiar o dormir, hablar o callarme, éstas son algunas de las opciones que tengo hoy. El alcohol me había quitado la libre elección y otras muchas cosas, mucho antes de que llegara a prisión. El alcohol mismo había extinguido mi conciencia de que era la bebida lo que me tenía encarcelado.

Estoy plenamente convencido de que esta estancia en prisión es para mí una bendición. Es penoso tocar fondo, pero tengo la sobria oportunidad de ir hacia adelante; podría haber sido peor. Estaré eternamente agradecido a Dios, al programa y a los miembros de A.A. por lo que tan liberal y generosamente se me ha dado.

 

Alcohólicos Anónimos, A. A. en prisiones: de preso a preso.