Esa noche de verano tenía para mí un significado especial. Mi hija, de diez años, estaba conmigo, reposando su cabeza en mis rodillas, su cabello sedoso como una cascada de oro. Estábamos escuchando los gratos acordes de “Los cuentos de los bosques de Viena” en un concierto de la orquesta sinfónica. Pero no había sido siempre así.

Unos cuantos años antes, fui puesto en libertad de una prisión, un perfecto desconocido para mi hija y sintiéndome muy aprensivo respecto a cómo iba a comportarme en la sociedad libre. Antes nunca pude arreglármelas en libertad.

Seis años antes de ser puesto en libertad, me encontraba frente a un bar. Era alcohólico activo y tenía una necesidad apremiante de dinero para poder alargar mi borrachera más reciente. Con demasiado orgullo como para mendigar, sin amigos o parientes a quienes recurrir, y lleno del valor fabuloso que te concede una ración excesiva de vino, intentaba un robo a mano armada. Afortunadamente para el dueño del bar (y últimamente para mí), me pescaron en medio de mi torpe intento. La policía me trató honradamente, e incluso bondadosamente. Los procedimientos judiciales se realizaron con rapidez y, en un plazo de tres meses me encontré rumbo a la prisión. Allí me quedaría tres años.

Ese periodo resultó ser el mejor y más productivo de mi vida hasta entonces. Lo más importante de todo, llegué a ser un enérgico y comprometido participante en A.A. Profundizando en los doce pasos con la buena orientación de los alcohólicos anónimos de fuera que nos visitaban dos veces por semana, pronto me encontré haciendo mi inventario del cuarto paso. Hacerlo fue el punto decisivo de mi vida. Me sobrevino casi inmediatamente una liberación de remordimientos y sentimientos de culpabilidad. Literalmente me veía liberado de mi pasado. Durante esa época, llegué a darme cuenta de lo que es la verdadera libertad. No tenía nada que ver con los muros y los guardias, sino con algo que se sentía dentro. La libertad es un estado de ánimo.

Hoy, con todo mi corazón, aprecio mi libertad física y emocional. ¡Qué buena formación me ha dado Alcohólicos Anónimos! Todo lo que soy y tengo en realidad pertenece a A.A. Además de los beneficios tangibles, me ha dado un camino a seguir, una manera de vivir y de vivir amplia y alegremente.

Y así es cómo un borracho crónico y habitual, descartado por la sociedad, que odiaba y rechazaba a la misma sociedad que le había engendrado, puede llegar a deleitarse en lo que a mucha gente “libre” puede parecerle algo muy común: un simple concierto, una hermosa noche de verano resonante con bella música, y una niña preciosa que quiere y confía en su papá.

Alcohólicos Anónimos, A. A. en prisiones: de preso a preso.